Sobre la pérdida

Durante los últimos meses, me he enfrentado tanto directa, como indirectamente a situaciones de pérdida. He visto amigos perder familiares cercanos, he perdido personas que pensé que estarían conmigo siempre, y hasta mascotas.
Y cada uno de los momentos me hacía pensar en lo poco preparados que estamos para perder. Los seres humanos no estamos educados/preparados para perder, aún cuando durante todas nuestras vidas estamos perdiendo constantemente: perdemos oportunidades, amigos, familiares, mascotas, tiempo, trabajos, y finalmente, hasta la propia vida.
Algunas cosas las perderemos intencionalmente, algunas podrán reponerse con el tiempo y traer cosas nuevas; y muchas otras, se irán causando gran impacto y dolor en nuestras vidas.
¿Cómo puede ser que sabiendo todo esto, sigamos aferrándonos a equívocas percepciones de tiempo, control y permanencia?
Creemos que tenemos tiempo, aunque en varias ocasiones (en la vida de algunas persona, con mucha mas frecuencia que en las de otros), la vida nos muestra que es frágil y que todo tiempo que tengamos con los seres (animales y humanos), que queremos debe ser importante, pues es limitado. Creemos que tenemos tiempo, y sin embargo cada día que pasa es la prueba fehaciente de que, en realidad, no es así.
Creemos que tenemos control sobre nuestras vidas. Creemos que nuestros planes funcionarán de una manera u otra, incluso cuando hemos chocado de frente con paredes; cuando la vida se ha encargado de demostrar que el famoso “plan” no se cumple. Tenemos control sólo sobre nosotros, sobre cómo reaccionamos ante lo que sucede, sobre lo que decidimos, sobre nuestros pensamientos y sentimientos. Y aún así, ese control es limitado si no aprendemos a madurar y a ejercerlo como se debe.
Y por último, lo más complejo. Creemos y queremos que las cosas buenas, duren para siempre. Que su permanencia en nuestras vidas sea constante, y sea una fuente inagotable de apoyo. ¿Saben por qué? Porque la vida no es fácil, porque requiere una fortaleza interior muy particular. Requiere que tengas la capacidad de estar solo, de poder apoyarte en ti mismo, de ser tu soporte, pues en muchas ocasiones, con el único que podrás contar es contigo mismo. Requiere que puedas auto motivarte y encontrarle sentido a algo que paradójicamente, tarde o temprano, vas a perder.
Pero también queremos y necesitamos apoyos externos, esos que también nos ayudan a darle sentido y motivación a la existencia. Queremos relaciones fraternas, familiares, amistosas y de pareja que sean sustento y soporte tanto para los buenos momentos, como para los malos. Es también una forma de sentir que, dentro de todo lo que perdemos, hay cosas que si existen para durar.
Creo que cuando nos enfrentamos a pérdidas que rompen esta noción y necesidad de permanencia, es justo cuando la vida sufre los mayores impactos y los mayores dolores. Generalmente se trata de la pérdida de relaciones con las que mantengamos vínculos y conexiones muy fuertes. No sólo es la pérdida física, es el enfrentamiento a nueva realidad, a una vida distinta sin esa persona. Y no sólo me refiero a la muerte, las separaciones siempre implicarán una ruptura de vínculos emocionales, de una realidad en la que todo era ya conocido, cómodo, estable. La ruptura te envía a una espiral de dolor, de incomodidad, de inestabilidad, de angustia; y muchas de las veces, no sabes ni entiendes porqué fue, y tendrás que aprender a retomar el camino, bajo una luz distinta.
Pero la vida tiene una manera muy particular de hacer que entiendas las cosas. A partir de la destrucción de lo que creías, puedes hacer un nuevo camino; a partir de la pérdida, puedes encontrar una nueva percepción, una nueva forma de ver las cosas. No hay que mal entender, cuando de personas se trata, no es reemplazarlas o eliminar su recuerdo de nuestra existencia. Al contrario, es poder agradecer las lecciones y los buenos momentos que dejaron, y el nuevo espacio que se ha abierto para que lleguen les nuevas que alumbrarán el camino de una forma distinta.
No estoy segura de que el ser humano realmente puede aprender totalmente a aceptar la pérdida. No se trata de egoísmo, se trata del instinto de permanecer, de dejar una huella, de tener algo que no tenga fecha de caducidad. Creo que podríamos adaptarnos mejor a ella, si logramos entender todo lo bueno que puede haber detrás de perder.